Al principio, el bebé vive en un medio acuoso dentro del útero materno, donde se desarrolla y, tras ello, debe comenzar a vivir por sí mismo, respirando aire y aprendiendo a alimentarse. Estos movimientos automáticos le permiten al bebé ayudar a descender por el canal del parto, o succionar el pecho.
No obstante estos reflejos deberían tener una vida limitada y dar paso a los reflejos posturales controlados desde partes superiores del cerebro, lo que permite un desarrollo neurológico. Si estos reflejos permanecen activos habrá una debilidad o inmadurez cerebral, y afectará, no sólo a sus habilidades motoras gruesas o finas, sino también a la percepción sensorial y cognitiva, pudiendo alterar el aprendizaje y el lenguaje en muchas ocasiones.
La integración de un reflejo supone la adquisición de una nueva habilidad. A veces, lo que ocurre es que no conseguimos que ciertos procesos se hagan de una forma automática, y se hacen a través de un esfuerzo continuo y consciente, lo que lleva a un agotamiento prematuro.
Detectar si un reflejo no está integrado nos puede dar pistas sobre la causa del problema del niño, pero si hay varios reflejos no integrados posiblemente estaríamos ante un retraso en el desarrollo neurológico, y lo que podemos hacer es crear un programa de ejercicios personalizado para conseguir integrar estos reflejos no inhibidos.